En la imagen: Los jóvenes, Alberto Hidalgo (arriba) y Jorge Luis Borges (debajo)
ALBERTO HIDALGO: EL ANTI-BORGES
Por Carlos Dearma / Quizás debería decir algo así
como que este escrito es una especie de… “regreso”.
En los últimos años mantuve
un silencio total con respecto al blog de Alberto Hidalgo; las razones son múltiples
y no corresponde aquí ahondar en ellas. Solo que problemas familiares y
personales ineludibles me obligaron a abandonar esta tarea. Primero pensé que
iba a ser por un corto periodo de tiempo, luego pasaron cuatro años.
Logré recuperar
mi cuenta del blog y aquí estoy nuevamente. Con algunas ideas y nuevas ganas.
Para retomar elegí un texto corto que refleja
la reputación libelista de Hidalgo. Sabemos que el arequipeño no tenía pelos en
la lengua a la hora de lanzar sus impiadosas críticas.
Y su pluma afilada tampoco.
Transcribo una carta donde el blanco de su ira es el mismísimo Jorge Luis
Borges. Al parecer don Alberto y el venerable Jorge Luis tuvieron este cruce
cuando el argentino escribió una crítica desfavorable sobre un poemario del
peruano, desliz que Hidalgo no perdonó ni dejo pasar. Espero les resulte interesante.
Hasta pronto.
Por Alberto Hidalgo.
Querido Borges:
Voy a refrescarle la memoria. Hace unos meses, varios, muchos, una noche,
pasadas las 24, frente a la Confitería del Molino, Ud. tuvo un breve apuro.
Quería acompañar a una amiga hasta su casa, en Villa No Sé Cuántos. El
automóvil costaría, según sus cálculos, 3 o 4 pesos. Como Ud. no tenía ninguno,
yo le presté diez, de modo que Ud. pudo irse con la chica, solos los dos, y
juntos, dentro del auto y bajo la noche.
Y de seguro no pasó nada. ¡Nunca pasa
nada entre Ud. y una mujer! Corrió el tiempo. Cierta vez, en el Royal Séller,
extrajo Ud. su cartera y de ella un billete, nuevecito, de diez pesos, con
desánimo de dármelos. Eran para abonar la consumación.
Pero me dijo:
—No tengo sino esto. El miércoles cobraré un artículo en “La Prensa”.
—¡Hombre!— le respondí, ¡cuando usted pueda! ¡No faltaba más!
No volví a verlo. Desapareció de la tertulia y olvidó la cuentecilla, no
obstante de haber cobrado, de seguro, varios artículos en “La Prensa”.
Ahora bien: desde hace algún tiempo, todo lo que usted escribe me parece malo,
muy malo, cada vez peor. ¡Ud., con tanto talento, escribiendo puerilidades! ¡No
puede ser! Temo que mi juicio adolezca de parcialidad, a causa de los diez
pesos que me debe.
Páguemelos, querido Borges. Quiero recobrar mi
independencia. ¡Concédame el honor de volver a admirarlo! Por otra parte, el
dinero es sucio. Ud. y yo estamos por encima de él.
Haga, pues, una cosa
decente: vaya a una librería, compre unos libros por valor de diez pesos, y me
los manda por correo certificado.
Los libros que, a su juicio, yo deba leer y
los cuales —imagino— no serán los suyos. Nada más. Eso será suficiente para que
pierda mi carácter horrible, de acreedor. Presente mis respetos a su familia. A
Ud. yo lo recuerdo constantemente. ¡Y no por la deuda!
Un estrujón de manos. A.H.