Indio por Alberto Hidalgo
¿Cuál es la fórmula química del indio?
¿Qué cantidad de ser posee?
Habría, como a un guante,
que darle vuelta,
averiguar su trama,
convocarlo por dentro,
ver su forro
y aunque en última instancia
es igual del revés y del derecho
no puede definírselo sino con oes y
talveces.
Un indio es un paisaje:
la prueba es que la gente se queda
contemplándolo.
Se ve su estática,
el clavo del que pende,
su estar colgado en nada,
entre el marco que le hace todo afecto.
Algún artista perpendicular,
no sé si Dios o quien, debió haberlo
pintado,
y no al óleo, la tinta o la acuarela
sino al modo que copian los espejos,
sin pinceles ni espátulas,
pero con todos los colores.
Una pintura puesta,
demostrada.
Al fondo no se advierten simulacros,
empastamientos o sobrentendidos,
trazos convencionales ni otras nubes.
El Perú al fondo y nada más.
Este su accidente espontaneo,
su tremendismo existencial.
Cuando se mira a un prójimo,
se ve tan solo un prójimo,
una unidad de prójimos.
Un indio es una manifestación,
es una cita,
un mitin.
En él se ven millones de indios,
en él prosigue un pueblo
que dejo parado su reloj,
hace unos cuantos siglos,
aun puede darle cuerda,
ponerlo en hora
y estimularlo para que otra vez
sus agujas den vueltas al cuadrante,
como antes,
cuando daban abrazos a la esfera.
Poema recitado por Yawar Aravicu, el
protagonista de Volcándida (1967) la última obra de teatro (hasta podría
llamársela novela corta) de Alberto Hidalgo.